- Área: 990 m²
- Año: 2008
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Fotografías:Jose Manuel Cutillas
Descripción enviada por el equipo del proyecto. Nos gustan los restaurantes que cambian: que cada vez que vas son diferentes...que cambian con tus emociones, con el tipo de encuentro que deseas, con el ambiente que tú quieres recrear (detestamos los comederos). Nos gustan los lugares que hablan del lugar donde están, del clima en el que se ven envueltos, de lo que tienen al lado. Nos gustan los restaurantes que tienen rincones apropiables, habitáculos que pueden hacerse a la medida de cada uno Rara vez los hemos encontrado, quizás por eso aceptamos el reto de hacer un restaurante en un merca’o.
Siempre los mismos: metáforas abstractas relacionadas con lo que ocurre alrededor del proyecto, el cliente, el lugar, el uso, en este caso la utilización de elementos relacionados con la cocina-comida-mercado, sacados de contexto y ofrecidos y expuestos como los cuadros de Warhol: botellas vacías (o bebidas), cacerolas, tablas de carnicero,...no como simples láminas, sino arquitecturizados (si es que existe el vocablo): celosía de botellas de vidrio verde, luminarias y techos acústicos de calderetes, mesas, bancos y suelos de tablas de carnicero. Esencialmente se persigue crear una atmósfera: cálida, entrañable, sobria, atemporal, cambiante, elegante, un tanto oriental (por el baño de la luz sobre los tejidos), donde la luz puede acentuar el día y la noche, la fiesta y la intimidad, pero que tiña los platos, y no lo bañe indiscriminadamente todo.
El restaurante ocupa dos plantas: la primera conectada con el mercado y la segunda ubicada en semi-sótano: la escalera organiza el acceso desde la calle a modo de descansillo central. Se ofrece también dos espacios, dos modos diferentes de estar: uno cotidiano, abierto, flexible, vinculado a las circulaciones de la calle y del propio mercado, organizando las circulaciones y accesos través del bar; y otro más profundo, austero, vinculando su atmósfera con el concepto de bodega, de lugar bajo tierra, (exponiendo la cimentación del propio edificio) y ofreciendo un receptáculo reposado, sereno y más tranquilo.
Los espacios se definen mediante cortinajes: los que van en la dirección paralela a la luz se confeccionan de terciopelo (buen comportamiento acústico y óptimo tacto) y los que van en sentido ortogonal, dejan pasar la luz y se comportan como grandes velos, insinuando visuales. Una escenografía casi teatral diluye el entorno de la actuación (no existe tabiquería, ni concepto de caja cerrada), se genera una ambigüedad buscada entre una sucesión de espacios velados.
La conexión con el exterior: calle y mercado, se genera a través de filtros: peceras de vidrio rellenas de botellas de vidrio verde: filtran la luz y las vistas. El techo acanalado, como una gran superficie ranurada, oscuro, acentúa y acompaña los espacios mediante gestos ondulantes que organizan una replica geométrica de lo que va sucediendo en el suelo: barra de bar, mesa alta, banco. Del mismo modo que existe una variedad de espacios, la mesas refuerzan los diferentes modos de estar: bajas, altas, grandes y pequeñas, cuadradas y alargadas, y lo mismo le sucede al modo de sentarse: sillas, bancos corridos, bancos altos o bajos, individuales y compartidos conforman los diferentes modos de comer.
Los objetos situados sobre alfombras de madera (mesas y bancos) unifican el color y la textura: mediante la utilización masiva de tableros de iroko alistonado. Las pre-existencias: el cerebro occidental está educado para dar valor a todo objeto situado dentro de una urna de vidrio: pilares, bajantes, muros, cimentaciones, se ven envueltos en urnas de vidrio transparente, mostrándose como son y reflejando el entorno.